Cuando tenemos que escribir un texto, ya sea en el ámbito académico o profesional, puede ocurrir que la determinación inicial que nos impulsa en las primeras líneas acabe diluyéndose y nos veamos de nuevo ante la temida página en blanco. El escritor uruguayo Horacio Quiroga nos proporcionó una de las claves en su Decálogo del perfecto cuentista (1927): “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas”. En su caso, ese principio le servía para señalar que el comienzo de un cuento es tan importante como sus últimas líneas. Si lo aplicamos a la escritura en general, podemos decir que es necesario tener un guion, un esquema con las principales ideas, un hilo invisible que ate el inicio y el final de nuestro texto. Como Teseo al entrar en el laberinto del Minotauro, es imprescindible ese hilo para poder salir del que se construye con nuestras ideas si no tenemos claro qué queremos decir y adónde queremos llegar.
Cuando tenemos que escribir un texto, ya sea en el ámbito académico o profesional, puede ocurrir que la determinación inicial que nos impulsa en las primeras líneas acabe diluyéndose y nos veamos de nuevo ante la temida página en blanco. El escritor uruguayo Horacio Quiroga nos proporcionó una de las claves en su Decálogo del perfecto cuentista (1927): “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas”. En su caso, ese principio le servía para señalar que el comienzo de un cuento es tan importante como sus últimas líneas. Si lo aplicamos a la escritura en general, podemos decir que es necesario tener un guion, un esquema con las principales ideas, un hilo invisible que ate el inicio y el final de nuestro texto. Como Teseo al entrar en el laberinto del Minotauro, es imprescindible ese hilo para poder salir del que se construye con nuestras ideas si no tenemos claro qué queremos decir y adónde queremos llegar.