El negacionismo, definido por la RAE como una “actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, como el holocausto”, tiene en estas primeras décadas del siglo XXI una inquietante vitalidad. La proliferación1 en redes sociales de mensajes que cuestionan la esfericidad de la Tierra o la existencia del coronavirus no solo tratan de menoscabar2 la confianza en el trabajo de los científicos y su contribución a la sociedad, sino que está llegando a extremos inconcebibles, como el ataque verbal a aquellos investigadores que se pronuncian sobre esos temas desde la experiencia y el rigor en su trabajo.
Frente a la crítica constructiva, que completa y aporta, las actitudes y conductas de los negacionistas, que conducen hacia una más difícil y peor comprensión del ser humano y de su entorno, no son algo nuevo en la historia de la humanidad. Algunos negacionistas que precedieron a los actuales, guiados por la ceguera intelectual y la intolerancia, contribuyeron a la caída de portentosos3 pensadores e investigadores.
En la historia española, uno de los casos más tristes y célebres fue el del científico y teólogo Miguel Servet, que acabó sus días en una hoguera junto a sus libros. El joven Servet, que estudió en Francia derecho, primero, y luego anatomía, no solo discutió dogmas católicos como la Santa Trinidad, que lo convirtió en hereje para la Inquisición, sino que también puso en cuestión la teoría de que la sangre pasaba directamente de una parte a otra del corazón cuando observó que, en realidad, mediaba la circulación pulmonar en el proceso -un hecho sobre el que también había escrito tres siglos antes, y por primera vez, Ibn al-Nafis-.
El primer desafío a las ideas de su tiempo llevó a Servet a tener que cambiar su nombre por el de Michel de Villeneuve, para escapar de la Inquisición; el segundo, al ser publicadas sus ideas científicas en una obra de teología, lo condujo a ser denunciado y sometido a un juicio en el que se le negó la asistencia de un abogado y que concluyó con una sentencia demoledora.
Sus investigaciones, sin embargo, trascendieron su época y ayudaron al avance de la ciencia, dejando en evidencia4 a los negacionistas del siglo XVI, incapaces de aceptar, como los de hoy, que aunque nuestro conocimiento tiene historicidad y hay que someterlo a crítica es preciso también, para continuar avanzando, aceptar las pruebas que validan un hecho o un fenómeno cuando se sostiene en un estudio riguroso y pruebas fehacientes5. El de Servet se ha sostenido durante siglos.
1Proliferar: multiplicarse abundantemente.
2Menoscabar: deteriorar o quitar el crédito, fama o autoridad.
3Portentoso: singular, que causa admiración
4Dejar en evidencia: dejar en ridículo
5Fehaciente: que se puede creer en ello.
[B1-B2]
El negacionismo, definido por la RAE como una “actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, como el holocausto”, tiene en estas primeras décadas del siglo XXI una inquietante vitalidad. La proliferación1 en redes sociales de mensajes que cuestionan la esfericidad de la Tierra o la existencia del coronavirus no solo tratan de menoscabar2 la confianza en el trabajo de los científicos y su contribución a la sociedad, sino que está llegando a extremos inconcebibles, como el ataque verbal a aquellos investigadores que se pronuncian sobre esos temas desde la experiencia y el rigor en su trabajo.
Frente a la crítica constructiva, que completa y aporta, las actitudes y conductas de los negacionistas, que conducen hacia una más difícil y peor comprensión del ser humano y de su entorno, no son algo nuevo en la historia de la humanidad. Algunos negacionistas que precedieron a los actuales, guiados por la ceguera intelectual y la intolerancia, contribuyeron a la caída de portentosos3 pensadores e investigadores.
En la historia española, uno de los casos más tristes y célebres fue el del científico y teólogo Miguel Servet, que acabó sus días en una hoguera junto a sus libros. El joven Servet, que estudió en Francia derecho, primero, y luego anatomía, no solo discutió dogmas católicos como la Santa Trinidad, que lo convirtió en hereje para la Inquisición, sino que también puso en cuestión la teoría de que la sangre pasaba directamente de una parte a otra del corazón cuando observó que, en realidad, mediaba la circulación pulmonar en el proceso -un hecho sobre el que también había escrito tres siglos antes, y por primera vez, Ibn al-Nafis-.
El primer desafío a las ideas de su tiempo llevó a Servet a tener que cambiar su nombre por el de Michel de Villeneuve, para escapar de la Inquisición; el segundo, al ser publicadas sus ideas científicas en una obra de teología, lo condujo a ser denunciado y sometido a un juicio en el que se le negó la asistencia de un abogado y que concluyó con una sentencia demoledora.
Sus investigaciones, sin embargo, trascendieron su época y ayudaron al avance de la ciencia, dejando en evidencia4 a los negacionistas del siglo XVI, incapaces de aceptar, como los de hoy, que aunque nuestro conocimiento tiene historicidad y hay que someterlo a crítica es preciso también, para continuar avanzando, aceptar las pruebas que validan un hecho o un fenómeno cuando se sostiene en un estudio riguroso y pruebas fehacientes5. El de Servet se ha sostenido durante siglos.
1Proliferar: multiplicarse abundantemente.
2Menoscabar: deteriorar o quitar el crédito, fama o autoridad.
3Portentoso: singular, que causa admiración
4Dejar en evidencia: dejar en ridículo
5Fehaciente: que se puede creer en ello.
[B1-B2]